miércoles, 20 de abril de 2016

... Y entonces dejé de ver el sol.

Ugh... Escribir escuchando música deprimente, lo odio, realmente lo odio, evita que mis sentimientos se concentren en mis dedos y mis labios se enfoquen en desafinar la letra que, de alguna desconocida manera, me aprendí... bueno en fin; si no hubiese llovido desde las once de la mañana hasta hace quizá poco menos de una hora, podría asegurar que el día de mañana sería tan horrible como un amanecer de un país cualquiera sin leyes de regulación de gases emanados a la atmósfera... 

Un amanecer justo como el de hoy, justo como el de todos los «hoy» desde que empezó a «fallar» el servicio eléctrico nacional.

Solía andar entre vestigios de mi árbol en flor favorito; respirando el olor de la tierra húmeda de rocío vespertino, mezclado con las hojas marchitas de un camino sin dueño; bordeando la acera ante la inclemencia de un brillante sol de «buenos días»... Casi magia poder despertar e ir caminando a las cuatro lúgubres y obscuras paredes frente al ascensor del piso tres, un «todo», parte de un equilibrio divino; el «ying y el yang» la calma plena bajo el sonido acompasado de mis pasos en solitario junto al crujir de las hojas; y la tempestad bajo la forma de la arrogancia, de un empleo constante sin un desafío mayor al de cumplir con las manecillas de un reloj, y con la imperativa voz de la dueña de todo cuanto cubriesen las sombras de la tirantez...

¿Qué fue de la calma? 
¿Qué fue del inclemente sol vislumbrante entre la cortina de smock?

Había estado haciendo criticas destructivas sobre el firmamento de otras naciones y la desdicha de vivir entre las sombras de la ineptitud, «Siento pena por ti, que no puedes conseguir una buena vista de un día soleado» mencioné con palabras vacuas, no podría importarme menos que tu sol, oculto entre gases contaminantes, no pudiese calmar tu tempestad, mientras la mía, se mantuviese al margen.

Egoísta

Mi egoísmo, fruto de mi propia voluntad se encontraba en paz, a pesar de haber sentido como brasas, el ardor del pavimento tras la delgadez de la suela en sus pies, aun así, preferir el sol sobre un lúgubre día entre las tinieblas era su único anhelo...

Pero, el ciclo usual del entorno se detuvo.

La concurrencia de ineptitud visible en la forma de nubes tenues en las copas de los edificios, llevaba a cuestas la responsabilidad; el cielo había mutado a tonos monocromáticos y, la calma ensordecía tras el rugido de un motor de diésel.

¡TODO ES DEMASIADO GRIS!

... hasta para mi.

Cada día, anhelo entre unas gotas de mi egoísta veneno, el deterioro de aquellos motores no vinculados al latir de ningún corazón... la comodidad de algunos solo es un obstáculo que apoya la calamidad y disipa entre la obscuridad tenue todo el «ying» que mitiga el «yang».  

No hay comentarios:

Publicar un comentario